martes, 15 de diciembre de 2009

POEMAS DE MIJAIL LAMAS – MÉXICO.

Mijail Lamas (Sinaloa, 1979). Poeta, traductor y crítico. Es licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Autónoma de Sinaloa. Becario de la Fundación para las Letras Mexicanas de 2005 a 2007. Ha publicado poesía y crítica en diferentes revistas y suplementos culturales del país. Una muestra de su poesía aparece en las antologías Los límites acordados: ocho poetas jóvenes sinaloenses (Difocur,2000); 1979. Antología poética (Ayuntamiento de Culiacán) y en la muestra latinoamericana del encuentro El vértigo de los aires. Ha publicado los libros de poemas Contraverano (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2007) y Cuaderno de Tyler Durden seguido de Fundación de la casa (Ediciones sin Nombre, 2008). Ha traducido poemas de Luis Vaz de Camões, Cesáreo Verde y Mario de Sá Carneiro, así como prosas de Carlos Drummond de Andrade. Es director de producción de PÁRAMO ediciones.

DEL LIBRO CONTRAVERANO.


No quisiste quedarte.
No quisiste aprender cómo quedarte.
Quedarte resignado a beber toda la luz que nunca muere.
De tal modo que el recuerdo te soborna,
te hace dudar hasta llevar tus manos a tocar lo que no tienes.
Para tocarlo primero hay que saber decirlo, decirlo muchas veces.
Mucho tiempo has pensado destejer, una tras otra,
las tramas que se te van enredando entre los dedos.
Mucho tiempo quisiste enumerar cada partícula de polvo, cada capa de tristeza,
enumerar también cada puñetazo de la frustración,
cada truco para engañar el mediodía que te cortaba en sombra la figura.
Pero no puedes y te llevas una mano a la cabeza
y descubres que en ese recuento
hay una imagen que tienes de ti mismo y te es extraña
que sólo en sus contornos y a lo lejos, apenas en su sombra,
podrías reconocer.
Hay algo que ahora te detiene.
Has dicho demasiado y te has metido en un problema.
El añejo dolor que te conserva despierto y a la sombra
guarda para ti un sentimiento de revancha.
No puedes avanzar lo que quisieras,
el desierto que pretendes recordar se vuelve más extenso.

* * * * * * * * * * * * * * * * *
Lo que antes fue desierto aún persiste
y en unas cuantas líneas crees recuperar todo de nuevo,
recuperar aquel paisaje donde el verano cumplía su destrucción inapelable.
Pero hay algo diferente,
las calles que recuerdas tienen zanjas más hondas,
las paredes de las casas tienen grietas como relámpagos de piedra.
Crees que puedes volver a llenarte de polvo los bolsillos,
crees que puedes patear lejos de aquí remordimiento, rabia y rencor
como si de cosa pequeña se tratara.
Crees que puedes volver y una sensación de sequía en tu garganta te sorprende.
Te sorprende también aquella disposición al cariño que justificaba cada golpe,
aquella sensación de no sentirte solo sin creer que dios te vigilaba.
Y pronuncias en voz baja
una blasfemia que solamente a ti te reconforta.
¿O es qué todo lo que has dicho no deja de ser una conjetura
o una ávida reconstrucción de los hechos
o una manera de legitimar una mentira,
porque eres otra presa del olvido
y herido por el sol en el costado,
se han calcinado todos tus recuerdos?
No hay nada,
te cuesta trabajo creer que no hay nada.
Regresas para buscar en ti algo que permanezca
y compruebas que lo único palpable que posees,
ahora que ya es tarde y tienes sueño,
es el cuerpo de una mujer que no puede dormir
y te espera en otro cuarto.
Dejas la pluma que habías tomado para escribir eso que no alcanzas a fijar,
apagas en silencio cada una de la luces de la casa
y el desasosiego no se extingue por completo.

Quisieras continuar pero ya es tarde.
* * * * * * * * ** * * * * * * ** * * * * * * * *

En soledad he aprendido a lidiar con la ceniza que han dejado los veranos.
De noche he aprendido a no dejar que mis palabras se consuman por el fuego.

Por este oficio de sombra
puedo soportar esta ciudad que llevo a cuestas.
* * * * * * * * * * * * * * * * * * **
Que el sol y su recuerdo no te tuerzan los labios,
su amargo madurar escupe aquí.
Deja que su aguijón cante para los otros
la luz de su ponzoña.
* * * * * * * * * * * * * * ** * ** * *
No hay nada como estar lejos,
caminar las calles donde nadie te conoce.
Es bueno no causar ninguna impresión,
a lo mucho verán en ti,
cuando vienes a sentarte en la mesa de un café
a otro más que pierde el tiempo.
Aquí todos se ocupan de sus cosas,
así que no existes para nadie.

Y cuando crees encontrar reposo en el anonimato
hace falta que un rayo de luz toque tu vaso de agua para que estés alerta.
Hay una marca en esa luz que te recuerda de dónde vienes,
una señal que te advierte no olvidar que te persiguen
y que el verano ha de recorrer una a una las ciudades
para encontrarte.

Sabes que para ti ya no hay descanso,
que la condena es esa luz que todo lo somete,
que ha convertido tu cuerpo y tu memoria en una herida,
en una profunda quemadura.
* * * * * * * ** * * * * * * * * * * * * *
Vienes a tomar posesión del desencanto,
a estrujar hierbas marchitas,
en esa tierra que se desmorona entre tus manos.
Vas quebrando los vidrios de tu desesperanza
pero en su lugar levantan muros.

Has venido a pelear una guerra perdida
en una tierra desolada no hace mucho.

Has querido recuperar anhelos que el sol ha consumido,
cuartos que guardaban para ti la oscuridad
o aquella sorda luz de los altares.

La áspera desolación de los caminos
es la forma en que tu alma se dirige al encuentro de su ruina.
Todo lo que buscas está lleno del polvo
que cubre la verdadera imagen que tienes de las cosas.

Te aferras a reconstruir un paisaje
y ese oficio que te aparta de la luz,
esa arquitectura del desastre,
es otra manera de mantenerte a flote.
* * * * * * ** * * * * * * * * * * * * *
La fiebre es el verano del cuerpo,
deja quebrado el árbol que nos mantiene en pie
y hace nacer una flor de sangre entre los labios.
* * * * * * * * * * * * * * * ** * * * *
Aquí siempre es verano
aunque nos digan que las estaciones llegan y el año acaba.
Allá siempre es verano
lleno de voces y plegarias no atendidas.

No pretendía volver o que el verano fuese el paraíso,
ni siquiera ser la piel del sol abatida en los cristales.
Pero he caminado las calles,
he fundido mis suelas en sus banquetas
y cobrado una cuota de sol como la infamia.

No pretendía volver y sin embargo
mis ojos van al encuentro de esos días de enseñaza y de golpiza.
Aún hoy me escondo a fumar,
porque sé que aunque se crezca,
siempre hay alguien que vigila.

No pretendía volver
pero me siento en esa mesa a donde acuden,
en menos de un año, cuatro muertos.
No es increíble que la muerte se haya molestado en recordarnos.

No pretendía volver y sin embargo
una llamada, un noticiero, algún periódico
me traen de vuelta a la masacre
y camino hacia una hora menos en el tiempo.

No pregunté por qué allá siempre es verano,
nacíamos con él en la mirada y sin embargo
un temporal de oscura gracia nos seducía.

No pretendía volver, pero no basta pretenderlo,
el verano emana de mí y todos los caminos se tuercen en su polvo,
toda esa es luz es un puño que se rompe en mi memoria.
* * * * * * * * ** * * * * * * * * *
Voy a darle vuelta a la página de los incendios,
a levantar la pluma de esta hoja que la luz ha despertado,
a oscurecer con un golpe de mano esta flama que se consume a sí misma.
Voy a quedarme quieto.
Voy esperar la estación de nubarrones y mañanas frías.
Voy a guardar silencio.

Derechos reservados de autor © MIJAIL LAMAS – MÉXICO

sábado, 12 de diciembre de 2009

Poemas de Francisco Hilario Saavedra Barrios. Paraguay.

Francisco Hilario Saavedra Barrios. Nacido en Paraguay, el 21 de octubre de 1963. Participante y ganador de premios y menciones en importantes concursos literarios.



De los que se han ido pero siguen presentes

Sobre el pedestal temblando

de rojos atardeceres.

Se avista la mirada que busca

y se agrietan los sueños

¿Será el destino, será la aurora?

O el silencio que sucumbe y cae

y tiñe de olvidos que no llegan.

No sé si la mañana se hizo lágrimas

de rocíos que lamen mi lengua.

Hoy mis ojos avistan lejanías.

Hoy todo se hace carne.

Aún los diminutos segundos

que blasfeman misericordias.

Ponme un clavel blanco a mis alas

y perfuma el recuerdo que trae.

Y cuando te hagas presente,

desde el vacío.

Dame el abrazo que nunca diste.

Sé de mis recuerdos...

Esa luz que persiste y alumbra.



La respuesta.

Siempre estás donde la aurora

y alumbras con rayos de ternura.

Recorres los días del silencio,

y regresas al principio...Cuando llegas

al final

siempre estás.

Cerca o lejos no importa

sólo la loca osadía de enamorarse,

hasta los ángeles expanden sus alas

y regresas al principio cuando llegas...

al final

siempre estás.

Hasta los sueños que no soñamos

cuando contando los rayos de la luna

descubres el manto negro del rostro

y regresas al principio cuando llegas...

al final

siempre estás.

Donde la aurora revive cada día

tan cerca de los dedos blancos

y te escurres hacia la nada, eterna

y regresas al principio cuando llegas

al final

siempre estas.



Analogía (poema)

Quebrada la historia eterna, circular

que recorre el destino con rodeos

desquebranta la aurora aún boreal

la jubilosa ansiedad de mis anhelos.

Mi sangre corre cual bravío río

en un caudal interno, furioso, violento

palpita al corazón tan vivo

y siento que soy torrente, luz de rayo...

Y no existe el miedo.

Soy del horizonte donde nace el día,

ese primer rayo de sol reluciente.

Del mar soy la ola que encrespa en la roca

y el sonido errante del viento en el cielo.

Soy el misterioso secreto infinito

de todas las ciencias, de todos los tiempos,

la razón inquieta que surge en silencio

dándole la forma al homo sapiens místico.

Soy esa callada frase, que profunda,

nace en el cerebro, personaje inquieto,

y aunque la palabra con toda su magia

no le ha dado forma, materia en el viento,

y cuando lo haga, como nace un sueño,

con luz renovada parirá otro cambio.

Y soy la esperanza, el esfuerzo mismo

voluntad que afirma el dulce reencuentro.

Soy un abrazo de ese tibio amigo

y el beso que falta para salvar al mundo.

En fin, hoy soy lo que nunca he sido

soy yo con mi cuerpo, mi corazón,

mi fin, mi principio.

en otras palabras...Hoy me siento vivo.



Regalo (poema)

Desde el cielo remonta, una estrella

tímida luz que en la aurora nace y muere

se hace grande y brilla solitaria con la luna

sobre el páramo de inciertas lejanías

Es tan solo una luz que despierta el vasto cielo

una lejana canción de errante, armonía

que entibia la frialdad de la noche fulgurosa

y mi alma gozosa baila en su cadencia

Y la única razón que impera en el momento

es saber que existe una estrella y este cielo

y la luna con su rostro melancólico

da las gracias con un rayo misterioso

No, no es la estrella ni es este cielo que remonta

no es la luna, ni la gracia de esta imagen silenciosa

la que expande el corazón que late y grita

y en su grito yace el cielo, errante y mágico.

Y la miro...

y la tomo..

y se me ocurre darle nombre

y la llamo, esperanza que alimenta

la adorno con luces de mis ojos y la hago bella

y la sedo empapada de sonrisas

Pero pienso, y esto no me alcanza...

la bautizo como a un niño que clama por un nombre

y la llamo amor de aquel que no quiere más tristeza

y te la sedo, te regalo la única luz que hay en mi aurora

para que hagas con ella lo que tu quieras…



Poema doloroso

(A mi hermano que lucha por la vida contra viento y marea)

Cúbranme los ojos, que no quiero verlo

Duerman mis sentidos con cinco amapolas

Apaguen los cielos de estrella fugaces

y dígale a todos que mi alma ha muerto.

Es que la osadía de estar tan despierto

congoja mi pecho que sigue entreabierto

y galopan latidos con ritmo de ciegos

en las latitudes donde el sol adormece.

Cambien llanuras por suelos resecos.

Que callen las aves su canto de cielo.

Que nada sea hermoso, que mueran las flores.

No quiere canciones prefiero silencios

Es que las rosas ya no perfuman

y la historia triste se hace en el pecho.

Cúbranme la boca con todos los vientos

dolor que florece y se hace estiércol.

Hoy guardo en mi cielo nubarrones negros

y no quiero luces, solo sombras y miedo.

Les pido que callen los sabios consejos

que la nada pura abarque mis sueños.

Hoy no quiero alas, quiero pies de hierro

es que este dolor hizo en mi su lecho.

Cúbranme los ojos que no quiero verlo

Que las flores muertas cubran mi pecho

hoy siento que pierdo razones de miedo,

y quiero que sepulten conmigo mis sueños

y por cierto hoy todo es negro muy negro,

hasta las amapolas perdieron su secreto.

Y todo esto por qué?

Porque la vida, la historia, y todo me dicen

con palabras sordas que podrías marcharte

y contigo se marcharían no solo tu vida

sino también la vida mía... y yo muero

por eso cúbranme los ojos... que no quiero verlo.


****************



Se desgarra, se desgarra

el corazón late penas

con un sordo grito se ahoga

y se desgarra.

Se desangra, se desangra

la carne abierta se derrama

sobre el filo de la soledad.

No, no grites, no hay furia

sólo el deceso de un momento.

Thanatos, amor de lo obscuro

amante de las noches tormentosas

meces en tus manos huesudas y blancas

mi cabeza cansada y somnolienta.

Se desgarra en silencio se desgarra

cada sueño que nunca llegó a buen puerto.

¿Y si apoyo mi cabeza en tus faldas?

que no están y nunca estuvieron.

Quizás por fin sienta descansos, en el silencio

que abre de soledades eternas

quizás por fin tenga algún sentido

el abandono del que todo yace.

Es negro el amanecer de mis inviernos

es fría la caricia que no llega.

No hay amor, solo silencio.

Y un corazón, lleno de angustia ... espera

Y mientras espera se marchita.

Thanatos amor de nadas tristes

toma mi corazón y devóralo

hasta que no quede más que un recuerdo...

Y ni siquiera eso.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Poemas de Déborah García Morales - Cuba.

Déborah García Morales. Cuba Santa Clara, (1971) Poeta, diseñadora y editora. Tiene publicado el poemario En estado de sitio, Ediciones Sed de Belleza, 2003. Aparece en las antologías Los parques, Ediciones Mecenas, 2002 y Queredlas cual las hacéis. XXI Poetisas Cubanas del siglo XXI, Editora Abril, 2007. Obtuvo el Premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara, 2007, con el poemario Sin ángeles tutelares, que verá la luz en julio de 2008.


Como un oleaje.


Acariciaba el agua los ojos del viajero

Qué cálido, muchacha, que estén en ti mis cosas.

Estuve, tú dormías, puse allí mi equipaje.

Hoy separé mis ojos de tu lugar de tablas

húmedas y la arena aquí está todavía.

Tú sales de la cama, muchacha, a medianoche

y te llevas el sueño muelle adentro

túnica que el salitre por las orillas besa.

Porque pasan la noche tus pies dentro del agua

y adormece sin puertas tu cabaña

qué dulce mi equipaje allí contigo

y el olor como a velas

prendido en las camisas que me traes ahora.

Por el vértigo suave de pedirte

—leve roce de alas al borde de mi boca—

de decirte muchacha, camina entre mis cosas,

pon un color al día que de tus manos venga,

de tu casa en los muelles

ver, muchacha salobre, cómo tersa tu vientre

la lúbrica distancia de la próxima noche

en que casi sabemos

que no volverás sola a dormir junto al agua.



Estoy bien, ya no quema

tu perfil retenido en las sombras del techo,

aquella línea exacta de tu rostro

que perseguía mis ojos, abiertos o cerrados.

Todo ha vuelto a moverse,

hay tardes otra vez cayendo en las ventanas

y blanco en el azul, y un viento suave

y transcurren las noches sin temer,

aquel maldito insomnio en que reinaba

el viaje de tu mano por mi espalda,

tu voz medio dormida

dibujando con luz las madrugadas.

Ya puedes regresar, ahora que no recuerdo

haber escrito en las piedras

(con el placer insistente de un niño,

con la energía feroz de un prisionero),

“tu mano, que debiera estar después de cualquier cosa”.

Ahora que ya no llegan noticias

de las regiones devastadas

por aquella ilusión, desmembrada ya y hueca

se podría decir que estoy a salvo,

que “fuera de peligro”

que “ya puedo irme a casa”

queda sólo atender esa secuela,

esa invasión brutal de soledad

que llega, urgente,

a reemplazarte.



Alguna vez haces que casi olvide

esa verdad que soy y estoy buscando;

que no vea el libreto, el público, las luces

esta falacia sobre el escenario.

Eres un mal licor que me sumerge

en personajes turbios y rabiosos;

inquietas y das paz, hieres y alivias

cual hechicero de cambiante rostro.

Pero no dejas sombras en mi frente,

te beso placentera y no dolida

y disfruto de ti lo disfrutable

porque tus dagas son únicamente

parte del escenario de mi vida,

tan sólo otro peldaño para hallarme.



Cuenta que allí amanecen

dóciles criaturas

antes de la estampida,

antes de los quebrados tallos y el silencio.

Dice que para ella danza leve el nogal

que derribará luego la avalancha,

y que seduce, al alba, el olor de ese valle

que como hogar elije.

A los amigos el hechizo inquieta

pues donde habría huido permanece

y acaricia la mano de la fusta.

Confiesa que quizás únicamente

la hermosa faz de los atardeceres retiene allí sus pasos,

en aquella ciudad que no es ciudad

tras el paso furioso de las bestias,

tierra arrasada que una vez al menos

durante cada día reverdece.

Alguna vez intuyo su extraña vanidad

ser quien las furias vence

quien tenue lluvia aguarda cuando otros

partirían hacia los vientos húmedos;

vislumbro la celada de esa fe

—un poderío mayor que todos los ejércitos—

y me empeño en mostrarle escenas en que evoca,

derribada,

el engañoso canto que endulzó sus oídos,

el velo ante sus ojos

cuando en cada palabra pronunciada o escrita

entendíamos márchate

abandona esta tierra de corceles salvajes;

le hablo de una cólera que no admite amazona

pero entonces sonríe

me dice que en las tardes siente como un oleaje

y me cuenta que allí

dóciles criaturas amanecen...



De una playa arrasada por los vientos

sólo yo las arenas intocadas conservo,

son mías

las blandas esmeraldas bajo el muelle

y el andar silencioso de la luz bajo el agua

y el agua y el silencio y los maderos.

Poseo la memoria de una perdida playa

y el portal que acaricia la espalda de las olas

y el danzar de los botes hacia la madrugada

y la brisa salobre,

por qué insisto

en habitar este lugar pequeño y en penumbras

que me dejas en ti

aun bajo amenaza de ver mi desalojo

cualquier día.



Paulatino

Estamos practicando su distancia

se aleja un poco más de tarde en tarde

deambula largas horas

las orillas del río, los amigos, la noche.

Yo convenzo a su ausencia en un rincón

acaricio el librero,

mis bocetos retoco.

Yo voy despacio regresando el tiempo

en que sólo la brisa me besaba

y en el salitre los deseos todos

y todos los placeres entre el agua.

Miro su espalda siempre que se aleja;

trato de adivinar, cuando me habla,

si acaso sabe que por estos días

estamos practicando su distancia.



Que no seas la luz

Que entibies el hogar, mas que el hogar no seas;

que seas el aroma, mas no el aire;

que me engarce en la danza tu donaire;

que ansiosa por danzar nunca me veas.

Que el modo en que me ves no sea el modo,

que mis versos no vayan tras tu verso,

que me plazcas mientras me place todo,

que no seas la luz, lo salobre y lo terso.

Que acuda apenas en visitas breves

a este claustro en que el alma me ha nacido

que el mundo exista igual cuando no llueves

Que pueda imaginar que ya te has ido

que dejando tu voz junto a mi oído

no me importe qué ocultes, qué mientas, qué te lleves.



Pie de foto

Yo no sé si otros días contigo se disuelvan

en otros y otros días, como el agua en el agua,

no sé si otras caricias perderán sus contornos

o pueda la memoria de mi piel dilatarse

para que no se pierdan tu mirada, tu beso.

Yo no sé ni siquiera si habrá un día siguiente

o despierte mañana en el revés del tiempo

perdida y con tu ausencia, desandando el recuerdo.

Pero si algo es seguro, definitivamente,

es que ese andar tus manos por la piel de mis hombros,

ese soltarse mi alma de mí para ir contigo,

ese golpe de sangre y el vértigo en tu boca

son ya uno de esos pocos sitios que uno recuerda

cuando empiezan los días a hundirse en el olvido.

Derechos reservados de autor ©Déborah García Morales.