viernes, 17 de octubre de 2008

JUAN FELIPE ROBLEDO.

JUAN FELIPE ROBLEDO (1968).


Nació en Medellín, Antioquia, en 1968. Ha sido profesor de Literatura de la Universidad Javeriana. Ha publicado antologías de la obra poética de Francisco de Quevedo, Luis de Góngora, Juan de la Cruz y del Romancero español. Con el libro |De mañana, ganó el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines en 1999 y con |La música de las horas. el Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Cultura en 2001.


Nos debemos al alba.


Traicionar las palabras,

canjear su peso, su color,

en el sucio mercado de los días

es acto que nos llena de muerte

y ceniza y vago afán.

Ha de ser castigado

con el hierro, la soledad,

el tedio y la miseria.

Nos debemos al alba,

plateros, a la dicha,

y al canto y al remo

y al ensueño trazado en la garganta

y a mañanas sin prisa

en las orillas de un mar que ya no es.

Porque al final todo es olvido

para quien al tráfago su sangre dona,

a la parla chi suona

y a conversaciones con tontos

y mercachifles,

y comete delitos en descampado

con las pequeñas,

las terribles y mansas

y arteras palabras.



Muchacha del baño público.


Seguramente no veré con estos ojos mortales

la historia de esta muchacha que imagino clara y afectuosa.

Seguramente sonreirá con descaro

y tocará las espaldas de los que esperan frente a la estación.

Habría deseado contemplar

su lento detenerse en callejuelas

y la forma como se prende de la solapa de un marino.

Nada de esto conoceré, no podré disfrutar un estofado de pescado

junto a ella contemplando el undoso río.

Sin embargo, parece que la conozco de siempre

cuando imagino esta tarde el regreso a casa

(deteniéndome por dulces y pan y miel)

para intentar convocar su cuerpo, su presencia

de bailarina a destiempo,

de amiga entre abrojos.



Como esperando abril.


Sumergido en el tiempo, olvidado

de todo lo que fuera

la terrible discordia entre el hambre y la saciedad,

el hombre se acodó en la barra.

Ya no lloraba

Había descubierto el poder

de la distante belleza,

la que se detiene y no gira.

Y aquello que era disminución

se hacía retorno,

espera jubilosa de otro abril, completo, rotundo, sin temores.


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