JUAN FELIPE ROBLEDO (1968).
Nació en Medellín, Antioquia, en
Nos debemos al alba.
Traicionar las palabras,
canjear su peso, su color,
en el sucio mercado de los días
es acto que nos llena de muerte
y ceniza y vago afán.
Ha de ser castigado
con el hierro, la soledad,
el tedio y la miseria.
Nos debemos al alba,
plateros, a la dicha,
y al canto y al remo
y al ensueño trazado en la garganta
y a mañanas sin prisa
en las orillas de un mar que ya no es.
Porque al final todo es olvido
para quien al tráfago su sangre dona,
a la parla chi suona
y a conversaciones con tontos
y mercachifles,
y comete delitos en descampado
con las pequeñas,
las terribles y mansas
y arteras palabras.
Seguramente no veré con estos ojos mortales
la historia de esta muchacha que imagino clara y afectuosa.
Seguramente sonreirá con descaro
y tocará las espaldas de los que esperan frente a la estación.
Habría deseado contemplar
su lento detenerse en callejuelas
y la forma como se prende de la solapa de un marino.
Nada de esto conoceré, no podré disfrutar un estofado de pescado
junto a ella contemplando el undoso río.
Sin embargo, parece que la conozco de siempre
cuando imagino esta tarde el regreso a casa
(deteniéndome por dulces y pan y miel)
para intentar convocar su cuerpo, su presencia
de bailarina a destiempo,
de amiga entre abrojos.
Sumergido en el tiempo, olvidado
de todo lo que fuera
la terrible discordia entre el hambre y la saciedad,
el hombre se acodó en la barra.
Ya no lloraba
Había descubierto el poder
de la distante belleza,
la que se detiene y no gira.
Y aquello que era disminución
se hacía retorno,
espera jubilosa de otro abril, completo, rotundo, sin temores.
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