Déborah García Morales. Cuba Santa Clara, (1971) Poeta, diseñadora y editora. Tiene publicado el poemario En estado de sitio, Ediciones Sed de Belleza, 2003. Aparece en las antologías Los parques, Ediciones Mecenas, 2002 y Queredlas cual las hacéis. XXI Poetisas Cubanas del siglo XXI, Editora Abril, 2007. Obtuvo el Premio Fundación de
Como un oleaje.
Acariciaba el agua los ojos del viajero
Qué cálido, muchacha, que estén en ti mis cosas.
Estuve, tú dormías, puse allí mi equipaje.
Hoy separé mis ojos de tu lugar de tablas
húmedas y la arena aquí está todavía.
Tú sales de la cama, muchacha, a medianoche
y te llevas el sueño muelle adentro
túnica que el salitre por las orillas besa.
Porque pasan la noche tus pies dentro del agua
y adormece sin puertas tu cabaña
qué dulce mi equipaje allí contigo
y el olor como a velas
prendido en las camisas que me traes ahora.
Por el vértigo suave de pedirte
—leve roce de alas al borde de mi boca—
de decirte muchacha, camina entre mis cosas,
pon un color al día que de tus manos venga,
de tu casa en los muelles
ver, muchacha salobre, cómo tersa tu vientre
la lúbrica distancia de la próxima noche
en que casi sabemos
que no volverás sola a dormir junto al agua.
Estoy bien, ya no quema
tu perfil retenido en las sombras del techo,
aquella línea exacta de tu rostro
que perseguía mis ojos, abiertos o cerrados.
Todo ha vuelto a moverse,
hay tardes otra vez cayendo en las ventanas
y blanco en el azul, y un viento suave
y transcurren las noches sin temer,
aquel maldito insomnio en que reinaba
el viaje de tu mano por mi espalda,
tu voz medio dormida
dibujando con luz las madrugadas.
Ya puedes regresar, ahora que no recuerdo
haber escrito en las piedras
(con el placer insistente de un niño,
con la energía feroz de un prisionero),
“tu mano, que debiera estar después de cualquier cosa”.
Ahora que ya no llegan noticias
de las regiones devastadas
por aquella ilusión, desmembrada ya y hueca
se podría decir que estoy a salvo,
que “fuera de peligro”
que “ya puedo irme a casa”
queda sólo atender esa secuela,
esa invasión brutal de soledad
que llega, urgente,
a reemplazarte.
Alguna vez haces que casi olvide
esa verdad que soy y estoy buscando;
que no vea el libreto, el público, las luces
esta falacia sobre el escenario.
Eres un mal licor que me sumerge
en personajes turbios y rabiosos;
inquietas y das paz, hieres y alivias
cual hechicero de cambiante rostro.
Pero no dejas sombras en mi frente,
te beso placentera y no dolida
y disfruto de ti lo disfrutable
porque tus dagas son únicamente
parte del escenario de mi vida,
tan sólo otro peldaño para hallarme.
Cuenta que allí amanecen
dóciles criaturas
antes de la estampida,
antes de los quebrados tallos y el silencio.
Dice que para ella danza leve el nogal
que derribará luego la avalancha,
y que seduce, al alba, el olor de ese valle
que como hogar elije.
A los amigos el hechizo inquieta
pues donde habría huido permanece
y acaricia la mano de la fusta.
Confiesa que quizás únicamente
la hermosa faz de los atardeceres retiene allí sus pasos,
en aquella ciudad que no es ciudad
tras el paso furioso de las bestias,
tierra arrasada que una vez al menos
durante cada día reverdece.
Alguna vez intuyo su extraña vanidad
ser quien las furias vence
quien tenue lluvia aguarda cuando otros
partirían hacia los vientos húmedos;
vislumbro la celada de esa fe
—un poderío mayor que todos los ejércitos—
y me empeño en mostrarle escenas en que evoca,
derribada,
el engañoso canto que endulzó sus oídos,
el velo ante sus ojos
cuando en cada palabra pronunciada o escrita
entendíamos márchate
abandona esta tierra de corceles salvajes;
le hablo de una cólera que no admite amazona
pero entonces sonríe
me dice que en las tardes siente como un oleaje
y me cuenta que allí
dóciles criaturas amanecen...
De una playa arrasada por los vientos
sólo yo las arenas intocadas conservo,
son mías
las blandas esmeraldas bajo el muelle
y el andar silencioso de la luz bajo el agua
y el agua y el silencio y los maderos.
Poseo la memoria de una perdida playa
y el portal que acaricia la espalda de las olas
y el danzar de los botes hacia la madrugada
y la brisa salobre,
por qué insisto
en habitar este lugar pequeño y en penumbras
que me dejas en ti
aun bajo amenaza de ver mi desalojo
cualquier día.
Paulatino
Estamos practicando su distancia
se aleja un poco más de tarde en tarde
deambula largas horas
las orillas del río, los amigos, la noche.
Yo convenzo a su ausencia en un rincón
acaricio el librero,
mis bocetos retoco.
Yo voy despacio regresando el tiempo
en que sólo la brisa me besaba
y en el salitre los deseos todos
y todos los placeres entre el agua.
Miro su espalda siempre que se aleja;
trato de adivinar, cuando me habla,
si acaso sabe que por estos días
estamos practicando su distancia.
Que no seas la luz
Que entibies el hogar, mas que el hogar no seas;
que seas el aroma, mas no el aire;
que me engarce en la danza tu donaire;
que ansiosa por danzar nunca me veas.
Que el modo en que me ves no sea el modo,
que mis versos no vayan tras tu verso,
que me plazcas mientras me place todo,
que no seas la luz, lo salobre y lo terso.
Que acuda apenas en visitas breves
a este claustro en que el alma me ha nacido
que el mundo exista igual cuando no llueves
Que pueda imaginar que ya te has ido
que dejando tu voz junto a mi oído
no me importe qué ocultes, qué mientas, qué te lleves.
Pie de foto
Yo no sé si otros días contigo se disuelvan
en otros y otros días, como el agua en el agua,
no sé si otras caricias perderán sus contornos
o pueda la memoria de mi piel dilatarse
para que no se pierdan tu mirada, tu beso.
Yo no sé ni siquiera si habrá un día siguiente
o despierte mañana en el revés del tiempo
perdida y con tu ausencia, desandando el recuerdo.
Pero si algo es seguro, definitivamente,
es que ese andar tus manos por la piel de mis hombros,
ese soltarse mi alma de mí para ir contigo,
ese golpe de sangre y el vértigo en tu boca
son ya uno de esos pocos sitios que uno recuerda
cuando empiezan los días a hundirse en el olvido.
Derechos reservados de autor ©Déborah García Morales.
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