jueves, 10 de diciembre de 2009

Poemas de Déborah García Morales - Cuba.

Déborah García Morales. Cuba Santa Clara, (1971) Poeta, diseñadora y editora. Tiene publicado el poemario En estado de sitio, Ediciones Sed de Belleza, 2003. Aparece en las antologías Los parques, Ediciones Mecenas, 2002 y Queredlas cual las hacéis. XXI Poetisas Cubanas del siglo XXI, Editora Abril, 2007. Obtuvo el Premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara, 2007, con el poemario Sin ángeles tutelares, que verá la luz en julio de 2008.


Como un oleaje.


Acariciaba el agua los ojos del viajero

Qué cálido, muchacha, que estén en ti mis cosas.

Estuve, tú dormías, puse allí mi equipaje.

Hoy separé mis ojos de tu lugar de tablas

húmedas y la arena aquí está todavía.

Tú sales de la cama, muchacha, a medianoche

y te llevas el sueño muelle adentro

túnica que el salitre por las orillas besa.

Porque pasan la noche tus pies dentro del agua

y adormece sin puertas tu cabaña

qué dulce mi equipaje allí contigo

y el olor como a velas

prendido en las camisas que me traes ahora.

Por el vértigo suave de pedirte

—leve roce de alas al borde de mi boca—

de decirte muchacha, camina entre mis cosas,

pon un color al día que de tus manos venga,

de tu casa en los muelles

ver, muchacha salobre, cómo tersa tu vientre

la lúbrica distancia de la próxima noche

en que casi sabemos

que no volverás sola a dormir junto al agua.



Estoy bien, ya no quema

tu perfil retenido en las sombras del techo,

aquella línea exacta de tu rostro

que perseguía mis ojos, abiertos o cerrados.

Todo ha vuelto a moverse,

hay tardes otra vez cayendo en las ventanas

y blanco en el azul, y un viento suave

y transcurren las noches sin temer,

aquel maldito insomnio en que reinaba

el viaje de tu mano por mi espalda,

tu voz medio dormida

dibujando con luz las madrugadas.

Ya puedes regresar, ahora que no recuerdo

haber escrito en las piedras

(con el placer insistente de un niño,

con la energía feroz de un prisionero),

“tu mano, que debiera estar después de cualquier cosa”.

Ahora que ya no llegan noticias

de las regiones devastadas

por aquella ilusión, desmembrada ya y hueca

se podría decir que estoy a salvo,

que “fuera de peligro”

que “ya puedo irme a casa”

queda sólo atender esa secuela,

esa invasión brutal de soledad

que llega, urgente,

a reemplazarte.



Alguna vez haces que casi olvide

esa verdad que soy y estoy buscando;

que no vea el libreto, el público, las luces

esta falacia sobre el escenario.

Eres un mal licor que me sumerge

en personajes turbios y rabiosos;

inquietas y das paz, hieres y alivias

cual hechicero de cambiante rostro.

Pero no dejas sombras en mi frente,

te beso placentera y no dolida

y disfruto de ti lo disfrutable

porque tus dagas son únicamente

parte del escenario de mi vida,

tan sólo otro peldaño para hallarme.



Cuenta que allí amanecen

dóciles criaturas

antes de la estampida,

antes de los quebrados tallos y el silencio.

Dice que para ella danza leve el nogal

que derribará luego la avalancha,

y que seduce, al alba, el olor de ese valle

que como hogar elije.

A los amigos el hechizo inquieta

pues donde habría huido permanece

y acaricia la mano de la fusta.

Confiesa que quizás únicamente

la hermosa faz de los atardeceres retiene allí sus pasos,

en aquella ciudad que no es ciudad

tras el paso furioso de las bestias,

tierra arrasada que una vez al menos

durante cada día reverdece.

Alguna vez intuyo su extraña vanidad

ser quien las furias vence

quien tenue lluvia aguarda cuando otros

partirían hacia los vientos húmedos;

vislumbro la celada de esa fe

—un poderío mayor que todos los ejércitos—

y me empeño en mostrarle escenas en que evoca,

derribada,

el engañoso canto que endulzó sus oídos,

el velo ante sus ojos

cuando en cada palabra pronunciada o escrita

entendíamos márchate

abandona esta tierra de corceles salvajes;

le hablo de una cólera que no admite amazona

pero entonces sonríe

me dice que en las tardes siente como un oleaje

y me cuenta que allí

dóciles criaturas amanecen...



De una playa arrasada por los vientos

sólo yo las arenas intocadas conservo,

son mías

las blandas esmeraldas bajo el muelle

y el andar silencioso de la luz bajo el agua

y el agua y el silencio y los maderos.

Poseo la memoria de una perdida playa

y el portal que acaricia la espalda de las olas

y el danzar de los botes hacia la madrugada

y la brisa salobre,

por qué insisto

en habitar este lugar pequeño y en penumbras

que me dejas en ti

aun bajo amenaza de ver mi desalojo

cualquier día.



Paulatino

Estamos practicando su distancia

se aleja un poco más de tarde en tarde

deambula largas horas

las orillas del río, los amigos, la noche.

Yo convenzo a su ausencia en un rincón

acaricio el librero,

mis bocetos retoco.

Yo voy despacio regresando el tiempo

en que sólo la brisa me besaba

y en el salitre los deseos todos

y todos los placeres entre el agua.

Miro su espalda siempre que se aleja;

trato de adivinar, cuando me habla,

si acaso sabe que por estos días

estamos practicando su distancia.



Que no seas la luz

Que entibies el hogar, mas que el hogar no seas;

que seas el aroma, mas no el aire;

que me engarce en la danza tu donaire;

que ansiosa por danzar nunca me veas.

Que el modo en que me ves no sea el modo,

que mis versos no vayan tras tu verso,

que me plazcas mientras me place todo,

que no seas la luz, lo salobre y lo terso.

Que acuda apenas en visitas breves

a este claustro en que el alma me ha nacido

que el mundo exista igual cuando no llueves

Que pueda imaginar que ya te has ido

que dejando tu voz junto a mi oído

no me importe qué ocultes, qué mientas, qué te lleves.



Pie de foto

Yo no sé si otros días contigo se disuelvan

en otros y otros días, como el agua en el agua,

no sé si otras caricias perderán sus contornos

o pueda la memoria de mi piel dilatarse

para que no se pierdan tu mirada, tu beso.

Yo no sé ni siquiera si habrá un día siguiente

o despierte mañana en el revés del tiempo

perdida y con tu ausencia, desandando el recuerdo.

Pero si algo es seguro, definitivamente,

es que ese andar tus manos por la piel de mis hombros,

ese soltarse mi alma de mí para ir contigo,

ese golpe de sangre y el vértigo en tu boca

son ya uno de esos pocos sitios que uno recuerda

cuando empiezan los días a hundirse en el olvido.

Derechos reservados de autor ©Déborah García Morales.


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