sábado, 30 de abril de 2011

POETAS MEXICANOS.


ROMÁN LUJÁN
(Monclova, 1975)



TRIZADURA.


Atravieso el dolor
doy vuelta a la ola del espanto
a esta página de furia carmesí
porque mis venas se cansaron de invocarte
porque mi frente ya no apunta sino al ángulo en
que ondulas la sonrisa
ese pañuelo moribundo

a ciegas lo atravieso
como si fuera una sustancia
gelatinosa
ensayo torpemente el balbuceo
que se obsequia en todos los andenes
y a pesar del invierno
abro los ojos
para que el viento cicatrice tus perfiles

Atravieso el dolor
imbécil
como si el dolor pudiera atravesarse
semejante al que salta por un aro en llamas
y pretende
no llenarse el aura de cenizas
al náufrago que olvida las noches sin respuesta
al divisar la proa

y como nada puedo atravesar
rasgo los muros
con los nudillos de esta voz roída despojada
de obscenos sustantivos
de tu cuerpo
onomatopeya de la luz entre mis brazos
de esta voz que ya no sabe atravesarte
de esta voz en la que sobrevives como un nombre
que desde hoy designa al aire y mi camisa
al espejo y lo que esconde
al café humeante al sacrilegio
del aura sin orillas
a tu silueta
al sol





JAIR CORTÉS
(Calpulalpan, Tlax., 1977)




EN ESE CIEGO IMPULSO.

I

El ojo
sólo está enfermo,
nublado por un tiempo.

En el momento en que todo se ilumina,
deja su ceguera atrás
e inicia el reconocimiento de su verdugo:

muere la neblina
y lo difuso del paisaje.

Así el corazón,
en ese ciego impulso
también sabe detener el galope
y entender el brillo de los cuerpos
aún en lo más oscuro de la entraña.

II
El momento de la ira es un rayo,
un estruendo en el puño que golpea la mesa,
el flujo de las diatribas que rompen los cristales,
el ciclón de la frase y su teoría incomprensible.

La retina se estremece frente a un grito de lumbre.

En ese punto único
el hombre estalla
y es un río,
el salvaje paso de los caballos en estampida.


III
Ni el manto bordado de la castidad
ni los lados perfectos del cuadrado
ni el cuervo en su misterioso vuelo
ni la locura de los ríos al anegar los campos
ni la cópula bajo el velo del matrimonio
ni su juego inútil de rompecabezas
ni la risa del niño que juega con el revólver de la inocencia

No hay nada
que no pueda ser tocado por la ofensa.

IV
Es el rencor la cicatriz,
la herida gana terreno en la memoria
el olfato percibe un extraño aroma a trigo quemado.
¿Quién olvida a su verdugo?
¿Quién puede olvidar el portentoso aguijón del que nos agrede?

La parte que también se hereda es el resentimiento:
el leproso levanta la vista y, en el más pleno de los silencios,
renuncia a Dios.


V

¿Qué hay en los ojos del que odia?

¿Pureza negra?

¿Por qué la luna se aparta de su vista?

¿Qué hay en los ojos del que odia
que todo puede ensuciar con la mirada?




LUIS JORGE BOONE
(Monclova, 1977)




UNA LÁGRIMA.



Muchacha, no sonrías.
No podré decir qué tristes ojos
y eso suena bien.
Haz que tiemblen tus labios arrepentidos
y no alcancen a pronunciar mi nombre.
Mira hacia la puerta como si pasaran los días
sin verme llegar.
Y si extrañaras tal vez un amor perdido…
Mira tranquila
no eres elocuente.

Muchacha, no digas nada.
Déjame imaginar cuánto cabe en el silencio:
que eres de esas niñas
melancólicas cuando llueve,
que escriben cartas de amor y nunca las envían
y cantan bajito
para no llorar en voz alta.

Muchacha, aún no sonrías.
Nos queda el final:
tu cabello inmóvil,
un rumor de gotas,
tu mirar doliente
perdido entre las nubes obstinadas
y una lágrima,
una sola lágrima por todos los poemas
que no podremos escribir
siendo felices.




EDUARDO SARAVIA
(D.F., 1977)


LA DURMIENTE.



Soy el sueño de la mujer que amo:
despierto cuando duerme.
Cierra los ojos y me encuentra,
tendido en una cama, a su costado;
nos levantamos a pasear por donde no hay caminos,
no existen palabras que alcancen al silencio.
La mujer que amo
es una sombra blanca entre mis manos,
la noche desnuda me la entrega.
Sabe que al despertar
morirán las cosas que tocamos juntos,
se perderá lo andado.
No despierta,
pero ya siente que la luz del día
comienza a interponerse entre nosotros,
ya siente que me alejo.





LUIS PANIAGUA
(Guanajuato, 1979)



Sobre la noche
tatuada de relámpagos
oigo llover
oigo a un perro despeñándose
en el abismo de su aullido

Como si no existiera
más que la lluvia
la oscuridad prepara su naufragio
como si no existiera
más que la lluvia
inmóvil y empapada
Afuera está la bestia
de la melancolía.




ÓSCAR DE PABLO
(D.F., 1979)


SANTIAGO.


es martes otra vez/ otra vez llueve
es Santiago de chile y es invierno
tú caminas como un árbol sin sombra
absorta en el silencio/ inexorable
como una sola nota sostenida

es martes otra vez/ otra vez llueve
el cielo enorme nada vientre arriba
triste y azul mucho antes de sí mismo

yo sé que donde estés/ en cualquier parte
será también invierno y será martes
serás agua de estrella desde nunca
serás amarga niebla hasta perderte
y una lengua de sombra ira escribiendo
su música de leche por tus senos.

jueves, 28 de abril de 2011

Arlette Luévano - poesía mexicana.

Arlette Luévano (Aguascalientes, 1976) es Maestra en Derecho Constitucional y Amparo por la Universidad Iberoamericana. Desde 1997 dirige el suplemento cultural Ananke del diario Página24. Forma parte del comité editorial de la revista Parteaguas, del Instituto Cultural de Aguascalientes. Ha publicado los libros de poesía Casi verde y Apostillas negras. También, en ediciones colectivas, los poemarios Rituales, Informe sobre trenes que llegan y desaparecen y Tercera persona. Recibió el Premio Efraín Huerta 2006 por Casa en ruinas.

POEMAS.

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Hoy llueve. Las palabras salen sin invitación. Vuelan hacia las nubes para empatarse con sus hermanas de agua. Desnudas, se acercan unas a las otras, se apilan, se contagian. Llueven con la música fría del desamparo.

Está de más decir que yo quisiera llegar hasta ti del mismo modo. Sobra decir, pero no hay más que dejarse llevar con transparencia.

Cuando llegan a la tierra estas palabras, se adelgazan hasta ser una pequeña línea. Se vuelven oscuras y arenosas. Se estrellan contra la tierra con la fuerza de una batalla y se dejan morir suavemente, con la resignación impregnada. La música cesa. El silencio es el pretexto para deshilvanar el fárrago que acaba de caer. Los restos son sólo humedad sin soberbia.

La boca queda abandonada, es una cripta enorme formada de pliegues y vapores. Se consuela en su tibieza.


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La respiración que continúa
no es más que el miedo a la muerte.

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Hay una ciudad que lleva tu nombre y no la conozco
Me he quedado aquí, junto a todo lo que abandonaste

y mis preguntas nunca habían sido tan inútiles como ahora que no hay respuesta posible
que no hay palabras suficientes para hacerlas
ni viento que las tome y las lleve hasta donde pudieran calmarse o cansarse de ser

Tampoco, de pronto, conozco lo que fuiste
Eres un recuerdo, un vislumbre

y me duele algo que no sé qué es.

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Volar
como sueño de niño
como dedos en la sombra
con ligereza marina

Libre como la noche en silencio
subir al sueño de mamá
que viaja a ninguna parte
desde una tierra
sagrada en el recuerdo.

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Ella quería volar sobre el mar que imaginó
una tarde de paréntesis que aún le envidio

Ella quería extender su cuerpo contra el aire

dormir y continuar viajando
gritar y arder sobre las piedras

quería permanecer
en la luz precisa
que enciende los cuerpos sin tocarlos

Supondría yo que la muerte libera
que permite trascender a los desastres

y ante la imposibilidad
mi voz es un reclamo

Ella no vuela
no sabe llegar a donde el mar

Está olvidando qué quiere creo
y no es eterna
ni sonríe

Algún camino debería extrañarla
Sería lo justo

o sería más que este llanto intraducible


o tal vez supongo nuevamente
ella querría.