martes, 10 de noviembre de 2009

Juan Yanes – España.

Juan Yanes – Islas Canarias / España.


LAS AMOROSAS CRUELDADES.


A veces hablábamos con una pasmosa crueldad despojados del beso en esta ventana abierta a la noche cuando me odiabas más y rompías los bordes las orillas a las que yo arribaba después de un hipotético viaje a descansar muerto de hartura de ti esperando con las carnes abiertas ya vencido a que bajaras al fin los labios a comer de esta memoria débil de algunos momentos de placer que recuerdo como puñales o palabras con las que olvido la piel sobre la que escribo esas ínfimas prolongadas quejas que hablábamos como pequeños quejidos que se van juntando en los días siglos eras geológicas quejitas del tiempo de la vida tan terriblemente próximo tan corto tan pegado tan vasto lejano que tú ya no puedes manejar a tu antojo como cuando reinabas sobre los mares de las ventanas que son el deseo que no se alcanza porque estamos encerrado en casa definitivamente para destruirnos mejor ahora que es el orto del cuarto menguante y todo está despojado de besos de los crueles besos de los que hablamos a veces.


REALIDAD SÚBITA.



Había un reloj que cortaba el tiempo detenido de los relojes. Una calle insomne que atravesaba las demás calles. Un río dentro de otro río por el que pasaban infinidad de ríos menores, vacíos. Una lágrima en un llanto que lloraba lágrimas. Caras enmascaradas con los ojos fijos dentro de caras enmascaradas. Había un continente sin fronteras que terminaba nada más empezar. Una pared maestra invisible que sostenía el universo. Había una tela de seda cuya trama se extendía hasta más allá del horizonte y caía como un arambel. Había un soldadito de plomo montado en un globo que sustentaba el aire. Los jardines estaban llenos de jarrones con flores marchitas y palomas ausentes. Había escalones sin escaleras y sin rampas para subir. La vida entera estaba escrita en un libro sin páginas que pasaba un niño inmóvil, como una melodía de silencios en medio del vacío. Todo parecía detenido por la ausencia del deseo. Entonces sucedió. Subimos y había desaparecido la ciudad.


UNA IMAGEN BORROSA Y UN REFRÁN.



MUJER EN LA ACERA.


Una mujer joven está parada en la acera esperando que se encienda el semáforo para cruzar por el paso de peatones. Le tiemblan las manos de forma tan ostensible que es imposible no mirarla. Es consciente de que la gente la observa. Baja aún más la cabeza que ya lleva baja y trata de ocultar el temblor de las manos agarrando con fuerza un bolso a la altura del vientre. Lo abraza. Sigue temblando. Ahora cruza a toda prisa, corre. Del bolso asoma, por un costado, un trozo enorme de dolor.


101 PÁJAROS.

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Esta mañana, tenía un pájaro en la mano. Lo apretaba como si fuera un tesoro palpitante. Pero preferí ver los cien que pasaban vertiginosamente volando sobre mi cabeza y lo solté. La ciudad está llena de imágenes vertiginosas de pájaros que vuelan en libertad condicional, de pájaros que vuelan en medio del dolor, de sombras que se esconden, de seres que caen por la pendiente, de criaturas que se resisten a ser atrapadas, como los precarios pájaros de la mañana.

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