martes, 3 de febrero de 2009

Poesía en tiempos de guerra.

Por Amparo Romero Vásquez.

Colombia.


“Si degüellan a un niño y sus verdugos tiran su cadáver al lodo
Y en las arterias del cielo se despliegan los funerales de la luna
Y la sangre corre entre la tierra seca que dirías tú?
Ibrahim Tougan.


“Entre mis manos están ahogándose los gritos, mientras descubro debajo de las piedras hombres que danzan con una aguja en su ojo. El abismo es una sombra exacta a los niños que persiguen la niebla, la soledad teje pájaros siniestros, es como la nada deshaciéndose en las calles, entre los amantes la soledad es insaciable. Bajo el sol hay Hombres parecidos a un árbol ciego. Antes las mariposas albergaban el bosque, y su aleteo no se escuchaba al otro lado del mundo, ahora la guerra se mete entre las sábanas, tiñe de púrpura las paredes del cuarto, agujerea los libros, a los hombres los masacran para después abrir sus tumbas y contar uno a uno sus huesos, los que están amarrados a los árboles los fustiga un rocío de un fuego, ese vacío repetido, esa lobreguez que hace astillas la noche, y seguimos caminando por las calles sin espantarnos por la desolación que araña la tierra, por los farsantes que ofrecen olivos y tomillos, y siguen los cadáveres plañendo en las aceras su soledad sin nombre. La tierra está llena de trampas como un hondo silencio. Los muros que contienen la ciudad nombran el largo sollozo de los funerales, mientras el suicida explora el laberinto, y planta su miedo en el ladrido angustioso de los perros. Tiempos estos cuando florecen lunas de asco entre los ojos y el cielo es un rugir de dientes, y la sangre sólo escucha como cae la lluvia sobre los labios secos de los transeúntes, cuando los niños ni en el vientre de sus madres tienen agua pura para lavar sus manos que aún sin palpar la tierra vienen marcadas por el residuo de las bombas. Tiempos de vigilia donde los poetas rugimos y sin ningún pudor nos devoramos unos a otros, y nos sacamos los ojos para sabernos vivos y a salvo. Tiempos difíciles donde publicar es ir grabando a punta de alfiler los poemas y que se extraen desde el fondo, los cuentos que como metal endurecido narran sus hazañas, esa infinitud de palabras que como dardos cruzan la herrumbre, que como falsas estrellas hacen su ronda entre el oro de las sombras. Publicar: sentarse a esperar la brisa con un lápiz de plomo entre los dedos. Tiempos oscuros, donde convocar a una lectura de poemas es quijotesco, acto que nos hace cómplices de ese mover las aspas de los molinos de viento, y restituir los dioses que habitan el alba y los atardeceres. Y nos quedan otras dichas a la entrada de la ciudad desierta: la brevedad del mundo, la música que teje el musgo tibio, ese hurgarnos, verter el caos, escribir con el olvido esa memoria de besos, y pensar que en el primer paraíso la poesía hizo parte del comienzo, háganse las aguas, y las aguas surgieron, agua para apaciguar el fuego, el agua como la sangre de la tierra, onírica como una ficción. Y se creó la luz, y la luz era blanca sobre las gacelas, y eran visibles los ángeles y todas sus lunas. Y quedó la poesía como una exhortación, y quedaron tatuadas en la piel de los hombres, palabras que no ha escrito nadie, y quedó la poesía para dragarnos hasta encontrar los otros, hasta hallar lo insalvable, para contemplar el árbol invertido que llevamos dentro, la zarza de nuestros pies. Nos queda la dicha de una escritura que si no nos salva, nos dona la locura-río insospechado que nos acerca al infinito de la piedra, y nos hace tan próximos a las esfinges de barro que somos, al azogue que encierra la ceniza, a ese soplo que cruzar el ojo de la aguja. Dichosos los poetas porque al atravesar el desierto no hay ningún oasis, sólo agua de la sal, agua de las otras aguas. Creo en la magia de ovillarme hasta y convertirme en esa gravitación que todo lo atrapa, en ese vasto reino que es el olvido. Hay en mí una fisura por la cual respiro, por la que voy blandiendo mis espadas, esa fisura me permite oír, mirar, sentir, en ella cabalgo mi miedo, planto mis almendras secas, y me levanto y me yergo, y estoy aquí para decir gracias a los míos por el amor de todos los días, por ayudarme a crecer en este oficio que es la vida misma…”

2 comentarios:

Gabiprog dijo...

Muchas veces la sangre salpica los titulares antes que algunas conciencias que debiera.

Un abrazo.

Raul G dijo...

A veces parecemos un árbol ciego bajo el sol, por que no queremos ver y nos hemos insertado agujas metafísicas en las pupilas y seguimos bailando como si no pasara nada. Sin embargo como aquí se lee, los poetas al cruzar el desierto no encontraremos un Oasis; más si, un manantial de agua salada encontraremos, como recompensa, pienso yo de atravesar el desierto.