Álvaro Ruiz Fernández. Chile. (1953) Libros publicados: Dieciocho poemas, Santiago,
Poema de la gruta.
Heme aquí en la gélida gruta
donde el sol es la puerta
que alumbra los primeros escalones
que descienden a este suelo de piedra
donde el primer hombre bendice al último
en la oscuridad que antecede a la luz.
Me alimento de filtraciones y musgos incoloros
y recorro el universo palpando los muros
que llevan a otras situaciones primeras
como el de la mujer deseando subir
los peldaños que llevan al horizonte
curvo de la vida y la recolección.
Yo he querido guarecerme abajo
grabando las primeras escenas del hombre
sobre las rocas de este altar
con tintes de sangre y sacrificios violentos
de hombres que alzaron el vaho
hacia el cielo de una noche sin astros.
De una noche en los oscuros bosques
donde los troncos del alma suben al cielo
mucho antes de que Prometeo nos diese el fuego
que iluminó los rostros y alejó las sombras
de nuestra auténtica superstición que era
un dios oculto y vengador.
Encendí antorchas en cada cueva
y en la original enfermedad de seguir a la mujer
subí a la pradera y depredé a mi alrededor
de todos los metales fabriqué distintos cuchillos
los que utilicé en el degüello de animales
con cuyas pieles me cubrí.
Todo lo restante lo dice el entierro del pasado
voces de otros hombres que vieron el sol
que sumaron, adoraron y murieron
largándose en una barca aritméticamente abstracta
hacia el centro de la memoria
en un régimen axiomático gobernado por las dudas.
Que por antonomasia son exactas
ya que la regla elude la confirmación
y el universo que es trastorno continuo
alumbra indistintamente los dos hemisferios
en la idea de una deducción a la velocidad de la luz
ausente en los prados inmediatos del color.
Monterrey.
Este es el Monterrey de los soles inmensos
agujas de fuego caen desde el cielo
traspasan al hombre de las veredas
en un mar de ondas calóricas
líneas tenues que reverberan desde el pavimento
y suben al cerebro distorsionando el paisaje
que son cerros metálicos o espejos desérticos
donde uno puede observar los hornos de una fundición
en una niebla de vapores que nada envidia a los infiernos
de ser traslación detenida
sobre el eje de la demencia que otorgan los grados.
El sol está en lo alto como un águila sobrevolando en círculos
gira sobre la ciudad y sobre las cabezas alucinadas
por fiebres ardientes de sol en las sienes
sienes que envían señales de fuego
al cerebro astro de dos hemisferios
en uno hierven recuerdos y en el otro se evapora el presente
y ambos síntomas los toma el sol para sí
ya cual dios insatisfecho
que propugna un calor que quema la tristeza
así sana al hombre y lo enloquece
con quimeras, espejismos y horizontes que no existen.
Entonces la realidad se revierte
se transforma en imaginaria
y la línea entre ambos conceptos desaparece
dame una sol para ceñirme una corona
dame ambas cervezas para aliviar la sed
de éste sol que es real
como el vuelo de aquellos barcos por el cielo
los caminantes bajo el sol hablan sucintamente
dicen a primeras verdad o mentira
¡qué importa!
las palabras tienen connotaciones inmediatas
no hay tiempo bajo el sol
las sombras nos esperan
no malgastemos los minutos
cuando las agujas de fuego caen desde el cielo
sin piedad sobre la piel quemada por los días
bajo el sol implacable de éste calendario detenido
horas después del mediodía.
en las noches sin luna aúllan los coyotes
porque el sol se ha marchado hasta de su espejo
no está en ninguna parte
entonces los coyotes lloran y lamentan
la ausencia del sol
y la hora de Greenwich calla
cuando sólo se oye el viperino silbido
de las cascabeles arrastrando la infamia
de una noche sin luna.
Bajo las brasas del sol
transpiran los cuerpos de hombres y mujeres imantados
donde el salino y fosforescente sudor
despierta en ellos la lascivia salvaje de la copulación
se unen las lenguas y las salivas
como una planta que se abre bajo el sol
llena de secreciones y transparentes microcosmos
donde pequeños planetas danzan alrededor de otro sol.
Es así el sol de Monterrey
las agujas de fuego
atravesando las sienes de sus habitantes
afiebradas realidades a orillas del río Santa Catarina
que más que agua muchas veces trajo sueños
en el paisaje del cactus y de la piedra
al norte, siempre al norte de la realidad.
Tehuantepec.
Bajo los sones de los músicos
y sus instrumentos salvajes
de viento y golpes de percusión
un grupo de mujeres
con coloridas vestimentas y flores en sus cabezas
danzan en Juchitán de Zaragoza
geográfica cintura mesoamericana
en pleno istmo de Tehuantepec
y la brisa que une a los océanos
Quedamente levanta sus vestidos
al compás cadencioso
de un ritmo en las caderas
con fulgor en los ojos
y blancos dientes perfectos.
La música, arrítmica, corta y divide el tiempo
en dos, en tres, en cuatro
bajo los sones de los músicos
y sus instrumentos salvajes.
El árbol de la soledad crece en un paraje abandonado de la suerte de la fertilidad. Al poeta Jonás.
Ahí está el árbol
no lo toquéis
ahí está el hombre
con ramas bajo el sol
y sombras que lo cruzan
como una cebra salvaje
que galopa perdida
hacia el horizonte de la infamia.
Mentiremos con los ojos cerrados
y en la oscuridad diremos
que en el cielo no había estrellas
ni hombres ni árboles en la tierra.
De “un hombre solo en una casa sola”.
A Jorge Teillier.
No fuimos capaces de incendiar la casa
reducirla a cenizas
e irnos a los bosques
sin miedo
Tarareando viejas canciones irlandesas
como aquella del marinero borracho
shanties extraídos de viejos cancioneros celtas
por los caminos polvorientos del estío
por alamedas que llevaban a la plaza del pueblo
donde las muchachas pretendían tu corazón de alondra
ahora cubierto por un frío bolsillo depositario
de estampas y angelicales medallas protectoras
en un bar de la calle Nueva York.
Con la misma canción aquella en el oído
¡qué vamos a hacer con el marinero borracho!
cruzando los brazos sobre la mesa de un otoño en la ventana
con toda la oblicuidad de la luz en el rostro.
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