Un espacio para el encuentro con las nuevas voces de la literatura.
Un adentrarnos en ese mundo de versos que vuelan, cantan, gimen y susurran sentimientos sin fronteras.
Poeta, dramaturgo y ensayista, venezolano, ha publicado: El ángel de la poesía (1995); Códigos (1997); La cuarta irreverencia (1998); Cantos para la última noche (2000 y 2005); Reconciliándome con el diablo (2001); Detrás del sol (2002) y Caminos de ira (2006); con este último obtuvo uno de los premios del I Certamen Mayor de las Artes y Letras de Venezuela.
Jesús Enrique León se desempeña como Coordinador de los Centros de Creación Literaria de Carora con sede en la Casa Chío de la UCLA, estado Lara, es Sumo Sacerdote de la República de Guarimure. En el área investigativa ha diseñado y aplicado el método de “Contracción y Expansión Creadora”, para la actuación teatral y la “Teoría de la Abstracción de la Palabra Poética” y el método para su aplicación.
Ha recibido innumerables reconocimientos y distinciones y su obra ha sido objeto de estudio por parte de investigadores y tesistas. Dentro de su obra inédita figuran Teoría de la Abstracción de la Palabra Poética; La abeja en el muro y Poemas msj para Úrsula.
Nacido en Belalcázar, Caldas, Colombia, en 1964. Actual editor general de El Diario del Otún de Pereira y director del suplemento literario Las Artes. Obra poética publicada: Conversaciones con la soledad, Territorio de mi voz, Instantes en la urbe. Otros: Hitos del Siglo XX en Risaralda (Historia). En remojo: Crónicas de la ciudad. Finalista en dos ocasiones del premio de periodismo “San Gabriel Arcángel” de la Diócesis de Pereira. Mención de honor IV concurso literario bonaventuriano de poesía y cuento. Participante en varios encuentros literarios de orden nacional e internacional. Publicaciones en diferentes revistas literarias del país.
Ardí con tu recuerdo.
He estallado en pedazos por toda la ciudad para buscarte.
Muros
Esquinas
Calles
Árboles
Avenidas
Parques
Tejados
y ventanas
Nada ha quedado al azar, pero no te hallo en esta búsqueda; los pedazos no quieren regresar a esta piel, no me armo, la soledad clama que la búsqueda no sea infructuosa, que te halle aunque me pierda todo.
Un cuarto lánguido de alfombra vieja. Dos camas para un cuerpo solitario. Una mesa de noche que me habla desde la infinita soledad de su encierro.Tres espejos me observan desde costados que no me conocía. Mi maleta de sueños apagada y el frío enmarañado tejiendo su rutina en mi ser.Un cuarto lánguido de alfombra vieja aterrado por la fuerza de tu recuerdoporque no estabas... y estabas. Así que para soportar esa noche de acero teguardé bajo mis ojos. La oscuridad que a esa hora llegaba a visitarme guardósilencio para una lágrima de hombre que calcinaba mi cicatriz de soledad. Ardícon tu recuerdo...
Voy a amarte esta noche, toda, en cada uno de sus pliegues oscuros, en sussombras, en sus sonidos guturales, en cada sueño del mundo, en cada playadonde duerme el mar, en los ojos cerrados que iluminan fantasías, en loslatidos del corazón que te habita, en la hojas que hablan con la noche, en losrecuerdos que pacen en tus labios, en los pasos que a esta hora te recorrenimaginaria en la urbe, en tu ropa que guarda el aroma de tu piel. Voy a amarteesta noche, toda, hasta que desaparezca en tus gemidos, en tus besos, en tusmanos, hasta que hagas de mi un fantasma, un acorde, barro, canción, risa ydestino.
Esta noche de estaño y amatista no halla el candil que reposa tu fuego paraderretir el frío de tu ausencia. Parece que el aceite que lo alimenta salió a buscarteen la urbe helada y se perdió él mismo. Parece que la llama no encendióde tristeza. Parece que perdió su asa que lo ataba a estas manos. Parece quecrujió su débil elemento de aluminio en su lucha contra la oscura presencia detu lejanía. Esta noche de hierro frío te lleva a cuestas mientras la soledad sueñacon el candil de tu presencia.
Se la llevó el domingo a las seis como si nada dejando esta urbe que me creceadentro solitaria y carcomida en su brevedad de apenas horas, y me desarmael alma la certeza de su lejano cuerpo en infinito. ¿Cómo ir por estas calles transeúntedeshojado y silente? Se la llevó como si nada, como si no perteneciera anadie, a la fuerza arrancada de esta sangre. Queda la ciudad sin su sonrisa.
Nació en Santa Clara, Cuba, 1974. Escritor. En 1999 funda, junto a varios narradores del país, el Centro de Formación Literaria “Onelio Jorge Cardoso”. Ha publicado Lasoledad y otras mentiras (cuento, Ediciones Sed de Belleza, 2001); Las palabrasausentes (narrativa para niños, Editorial Capiro, 2006); Cifras de la muerte (poesía, Ediciones Ávila, 2006); Insomnios de la palabra (ensayo, Casa Editora. 2007); La islainmersa (novela, Editorial Capiro, 2007); Violante (narrativa para niños, Ediciones Sed de Belleza, 2007). En novela ha obtenido los premios nacionales: Ciudad del Ché (2001); Fundación de la ciudad de Santa Clara (2006). En poesía ha sido distinguido con los premios Regino Pedroso y Raúl Doblado (2005); y el Premio de Narrativa Joven Reina del Mar Editores. 2007. Es miembro de la Asociación de Jóvenes Escritores y Artistas de Cuba. Textos suyos han aparecido en las revistas literarias cubanas Umbral, Videncia, Matanzas, El Mar y la Montaña, La Gaceta de Cuba, La letra del escriba, El Caimán Barbudo, Ariel, entre otras de Argentina, México, Nicaragua y España.
Cuarta memoria.
Ayer, frente a las ruinas, pude no haber sido quien oficia estas palabras. Fue torpe mi silencio y torpes también mis manos que no asimilaron la herrumbre. El temblor callado del metal urdía sus memorias, y escuché —entre susurros— ciertas y no menos provocativas confesiones. Ayer pude volverme. Decir: «todo me es ajeno y distante; todo, salvo la quietud del perro que olfatea su comida.» Créanme que ayer yo era un hombre triste ante las ruinas, un hombre que apenas le bastaba su falsa sapiencia de las pobres cosas, corrupto muy dentro de sí mismo; ambiguo por antonomasia.
¿Qué tiene la torpeza que nos ata?
¿Qué ostentación la del hombre si atesora ruinas?
Ayer pude zozobrar; erguir una vela sobre la torre límpida, pero mis manos se aferraban al metal, yerto de ternuras, aborrecible su quietud en la concavidad de nuestros ojos.
A mis espaldas la tempestad auguraba un tiempo en que todo fue preciso; y menos fiel la llovizna en cada hogar.
Ayer, frente a las ruinas, pude no haber sido quien oficia estas palabras, cuando
el temblor callado del metal, diluía sus memorias...
Sonetos donde la preclara luz conversa con su sombra.
¿Quién me observa aquí? ¿Quién, jamás, en algún sitio,