miércoles, 17 de septiembre de 2008

PORFIRIO MAMANI MACEDO.

Porfirio Mamani Macedo nació en Arequipa (Perú) en 1963. Es Doctor en Letras en la Universidad de la Sorbona. Obtuvo su título de abogado en la Universidad Católica de Santa María, después de haber cursado estudios de Literatura en la Universidad de San Agustín (Arequipa). Ha colaborado con poemas y cuentos en varias revistas de Europa, Estados Unidos y Canadá. Es autor de poemarios, novelas y cuentos que han sido publicados en varios países:

Ecos de la Memoria (poesía) Editions Haravi, Lima, Perú, 1988.

Les Vigies (cuentos) Editions L’Harmattan, Paris, 1997.

Voz a orillas de un río/Voix sur les rives d'un fleuve (poesía) Editiones Editinter, 2002.

Le jardin el l’oubli , (novela), Ediciones L’Harmattan, 2002.

Más allá del día/Au-delà du jour (poemas en prosa), Editiones Editinter, 2000.

Flora Tristan, La paria et la femme Etrangère dans son œuvre , L’Harmattan, 2003.(Ensayo).

Voix au-delà de frontière , L’Harmattan, 2003.

Un été à voix haute , Trident neuf, 2004.

Poème à une étrangère, Editions Editinter, 2005.

Avant de dormir, L’Harmattan, 2006.

La sociedad peruana en la obra de José María Arguedas (El zorro de arriba y el zorro de abajo), Lima, Fondo Editorial de la Universidad Mayor de San Marcos, 2007.

Représentation de la société péruvienne au XXème siécle dans l'œuvre de Julio Ramón Ribeyro. París, Editions L'Harmattan, 2007.

Su carrera en el magisterio lo ha llevado a impartir clases en varias universidades francesas.

Extranjera.


Por Porfirio Mamani Macedo.



Dime tú, piedra, qué quedará de nosotros


de este rostro azotado por el viento


de aquel corazón entristecido que me busca


de aquellos ojos que son la luz y la tormenta.



Tiempo de abundancia y de agonía


protege los errantes pasos


de aquella extranjera peregrina de los mares


de aquella sombra indefinida que se forma a mi costado.



Seguramente nos verán pasar por un puente de París


Cruzar un oscuro parque de Berlín


Huir de una ciudad como Madrid.



Tú, bella extranjera, más allá de las fronteras que se forman


espérame, allá, donde siempre ha de brillar el sol.



LA PALABRA.

PORFIRIO MAMANI MACEDO.

(Para su hija Alba Ondina Manuela)

I

Nada es efímero, ni el dolor ni el placer.

Corremos de una puerta a un árbol solitario,

de un puente a una gruta que guarda el tiempo.

Cada mirada es un descubrimiento perfecto.

La lluvia es el sol que ocultan ciertas nubes.

Nuestra palabra es un grito irreversible en la nada.

Escribimos un nombre de alguien que no conocemos.

Oramos en el templo desierto del olvido

y soñamos con Dios encadenado a su dolor.

Somos peregrinos sin fe por el desierto

y dormimos sobre la blanca arena mirando el universo.

Para existir, a veces, inventamos un amigo,

le damos un nombre y con su recuerdo

nos perdemos en un bosque de palabras que se mueven.

Decimos que venimos de otro pueblo y nos confunden

con la lágrima que dejaron los que se fueron.

No conservamos nada del silencio que nos procuró

la suerte, el destino que no deseamos tener jamás.

Como aquel oscuro pasado, sobre la hierba cruzamos

para alcanzar el recuerdo que dejaron los otros peregrinos.

En una calle encontramos la sonrisa de un desconocido,

luego nos sentamos en una piedra para ver

las huellas que sobre la hierba quedan,

y también tu rostro que en la penumbra esperando queda,

amigo, hermano, la palabra que nos salve.

II

Entonces, pienso en la palabra que a todos no libera

del miedo, de la sombra que cerca la memoria,

del aire que se filtra por las rendijas del dolor.

Pienso en la palabra que a todos nos libera

del dolor que encontramos en este valle.

Pienso en la palabra que nos nombra un camino,

aquella que nos muestra la ventana, no el olvido.

Pienso en la palabra que me dio un amigo en la frontera,

aquella que abrigó con un pan todo mi destino.

Pienso en la palabra secreta que a todos

nos espera en alguna parte, desnuda y sola.

Pienso en la palabra que pronunciaron otros hombres,

aquella que abrió las puertas del insomnio.

Pienso en la palabra que me dejaste escrita en un árbol

aquella que ya escribieron otras manos en otros muros.

Pienso en la palabra destinada por otros al olvido,

aquella que me nombra, un ruido, una cosa, una imagen.

Pienso en la palabra que separó las aguas del mar,

aquella que atravesó todo un desierto.

Pienso en la palabra que soñamos

en el fondo de una gruta.

Pienso en la primera palabra que pronunciamos

con dolor, por este camino que nos lleva a alguna parte.

Pienso en la palabra que no pronunciaré un día,

aquella que todo lo nombra, que todo lo revela.

Pienso en la palabra que escribí en una carta

a un desconocido.

Pienso en la palabra que mide el tiempo,

aquella que destruye los caminos como las noches.

Pienso también en la palabra que encontré a orillas de un río,

en aquella que me dio un niño en el alba

para cruzar el ancho día.

III

No era la noche sino la luz

No el pasado sino el camino que faltaba recorrer

Eran sus manos agarrándose de una rama

Eran voces que rodaban de sus labios

Era su larga cabellera que jalaba el viento

No era la noche sino sus ojos en la noche como luces

No era una estrella sino una ventana abierta:

era su voz que llamaba en el centro de un bosque y también

el ruido de sus pasos que sobre la arena iba dando.

Yo la esperaba cada tarde

al pie de este roble que sombrea mi cansado cuerpo.

No era la duda sino su voz que cortaba el viento,

su voz que refrescaba todo mi cuerpo en el desierto.

Pero hoy que quiero verla no la veo

y así, hacia una sombra que se mueve en el camino yo me acerco.

Hundo mis pasos en el polvo que ha soplado el viento,

jalo mi cuerpo como se jala una roca del camino.

No era la noche sino la palabra que inventa el día

para que todo fuera diferente en el huerto prohibido,

para que los niños no miraran en sus manos

el hambre,

la sed que corría como un río por los cuerpo de los desgraciados.

Era otra sombra que ya nadie quería recordar,

el rostro que ya nadie quería recordar.

No era la noche sino el viento que bajaba o subía al cielo.

Era ella, la palabra, la voz que creo todo el universo

y todas las cosas que en el universo existen.

Era la piedra que en la piedra se formaba.

Eran los mares que impacientes me esperaban.

Eran las flores que miraban nuestros ojos en los prados.

Eran los manantiales que nacían del vientre de la tierra.

No era la noche sino un camino abierto que todos esperaban.

No era el fuego sino la fuente del reposo

allí donde encontraran los desgraciados

agua para lavar sus miserables rostros

que vivieron como huyendo de la vida de los afortunados,

pues nada les dejaron sino olvido, indiferencia y desprecio.

Era la palabra que todo lo guarda y todo lo recuerda.


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