Omar Alberto Santos Balán.
Nació el 18 de octubre de 1975, en México.
Licenciado en Literatura.
PREMIOS.
Certamen Literario Nacional: Juegos Florales Nacionales de Tabasco (Tercer lugar. 1998). Premio Nacional de Cuento “Juan José Arreola” (Mención honorífica. 1999).
Premio Nacional de Poesía Juegos Florales Nacionales Universitarios de Campeche (Mención honorífica. 1999). Premio Nacional de Poesía Juegos Florales Nacionales de San Román (2000). Premio Nacional de Poesía, Juegos Florales Nacionales de Oaxaca (2do. y 3er. lugar. 2002). Certamen de Poesía XIV Concurso Literario Nacional Timón de Oro (3er. lugar. 2000). Mención honorífica en el premio Nacional de Poesía (2006) convocado por
PUBLICACIONES.
Libro de poemas Juegos Florales Nacionales de San Román (1999). Libro de poemas
Los desmayos del verbo (2003). Libro de poemas Memorial de espectros (2006). Ha publicado ensayo, artículos, poesía en suplementos periodísticos y en revistas literarias de la región. Actualmente tiene varios textos poéticos y narrativos inéditos. Ha sido considerado para aparecer en la antología Del silencio a la luz, mapa poético de México, que reúne a los poetas de toda la nación mexicana, nacidos a partir de los sesenta. Forma parte de la institución poética de orden mundial, denominada Poetas del mundo, en cuya web aparece como socio y desde ahí comparte su poesía y su visión estética con otros bardos del orbe.
A veces los muertos.
Los muertos a veces se levantan,
entierran sus veladoras,
leen sus poemas del jueves.
Y entre nubes y horóscopos
hurgan cristales o azules de un lejano
porvenir.
Ya no discuten sobre el tiempo
o sobre la luna que lloraron en el pozo.
Pertenencia.
Perteneces a los libros de la ausencia,
a la patria que se mira
desde los escombros.
Vives en la palabra de los páramos,
en la herida que somete,
en la daga que asusta
a las aves del relato.
No sólo congregas a las filosofías
del cardo,
a la tribu enloquecida.
Tu costumbre es un interminable soliloquio
que repites sobre los epitafios.
Tienes en tus manos la oscuridad del fruto,
la ceniza que burla,
el manantial turbio
donde lavan su enfermedad los dioses.
Tienes el ayuno y el talismán del enemigo,
lo que el rebelde solloza ante el cristal.
Ignoran la ofensa, no saben
más de la incapacidad.
Ya ni voltean a ver la piedra
de los castigados
o la enorme hiedra que cubre la fuente.
Conformes se entregan a la libertad
de la palabra o al prodigio del polvo.
En el solar comparten sus pergaminos
acerca de la doncella,
el antiguo escapulario de sus hazañas.
A veces los muertos creen que el amor
es una criatura débil que llegará por su lámpara,
a veces los muertos piensan que llegará el aroma,
el cascabel inconfundible de la amada,
y dormirán tranquilos, y pensarán en la salvación.
Insalvable.
Y no habrá algún prodigio que ponga
de rodilla a tus fantasmas,
ni la certeza de tener privilegios
frente a la retirada del arcángel.
Tu flor alimentada en los laberintos
vendrá a ser el reclamo perdurable,
la paranoia que elige entre las piedras.
En el espejo la rabia. En el camino
la ansiedad última de proferir
por los recovecos.
Te llegará la noche para saldar viejas deudas,
para deletrearle sus muros a la derrota.
Te llegará ese fruto
por si visitas los despeñaderos
del poema,
Por si te mojas bajo el árbol
de las lamentaciones.
En los relatos de la partida.
En los relatos de la partida
casi siempre hay lluvias o tulipanes negros,
orgullos vanos que arrojan al charco
sus flores.
Siempre hay el acantilado donde resbala
el cráneo del arcángel.
Los ojos ya no tienen el cielo.
Lágrimas absurdas sin oración.
Soplo de niebla cubriendo los versos.
La misericordia es una brasa insoportable.
Hay un cristal ensangrentado
entre dos manos.
Alguien termina por mencionar
al tercer personaje,
alguien termina por revelar la enorme
incapacidad del hombre.
Decir la estatua.
La estatua que más amas,
la que limpias con sollozos y extravíos,
es la que sostengo en los sacrificios
del poema,
la que me borra jazmines y horóscopos
ante las estúpidas cuevas del reino.
La estatua que reconoces
es la que persigo
en los recovecos de la noche,
es la que yo miro, extenuado, inútilmente,
desde el ático de las renunciaciones.
Peticiones.
A la piedra olvidada por el sueño
Al muro que mostró la sangre del libro y el cordero
Al relámpago que escondió los abrazos del valle
A la fogata del débil que vino del relato
Al estallido que obsequió nuevas noches a la quimera
Al retorno de la maga y los esbirros
A las promesas que se aceptaron en el vientre libertino
Al siglo del atavismo y las mazmorras
Al país del engaño y las prohibiciones
Pídele el reposo del templo y la lámpara
Pídele el proverbio que descifra al vencido.
Sin atajo.
Abatido como la soledad del reptil,
como el juglar que solloza
por sus pergaminos,
por la lejanía de unos labios.
Consumido bajo la torre de las negaciones.
Perseguido por las burlas que vienen
más allá de las columnas.
Y tu recuerdo como una gárgola implacable
sacándome las venas,
como una criatura imbatible
apaleándome la cabeza,
dejándome sin espada
sin atajo.
Donde nace el olvido.
Donde nace el olvido aparece tu piel,
el memorable descanso de tus rodillas,
la tibia madrugada de tus senos,
geografías milagrosas, adorables
que ofrecen preocupación y laberinto.
Donde nace el olvido recobra sus
pertenencias la estatua,
viene la caravana de espectros
a venderme sus temores, sus espinas.
Viene el ave de los castigos
como soplo de burla, mirada de verdugo,
y yo me quedo con la corona
en el fango,
como atribulado
rey de las preguntas.
Si la fragilidad
Sólo basta la noche para ya no
insistir en la escapatoria.
Sólo basta la noche, los desengaños
de la casa para que tenga más carne
más soplo la renuncia.
Sólo basta la noche, la casa
y este absurdo reclamo
para que entonces, despierte, avasalle,
demuestre sus prodigios
la fragilidad.
Astuta quimera.
Entonces vive un prodigioso verdugo
que combate toda suficiencia,
que le ofrece noche y camposanto a la bondad;
Entonces, sabiendo que la sinceridad
renegó de sus capitanes, que el amoroso
empeño termina en la ciénaga,
y no hay labios para el origen,
y se borran banderas por el juramento,
mi reclamo se lo lleva esa mujer,
astuta quimera,
que al cerrar el claustro
deja los cardos en la palabra,
un interminable país para los tropiezos.
OMAR ALBERTO SANTOS BALÁN © Derechos Reservados.
( Del Libro IV CONCURSO BONAVENTURIANO DE CUENTO Y POESÍA / 2008)
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