viernes, 29 de mayo de 2009

POEMAS DE OMAR ALBERTO SANTOS BALÁN.

Omar Alberto Santos Balán.

Nació el 18 de octubre de 1975, en México.

Licenciado en Literatura.

PREMIOS.

Certamen Literario Nacional: Juegos Florales Nacionales de Tabasco (Tercer lugar. 1998). Premio Nacional de Cuento “Juan José Arreola” (Mención honorífica. 1999).

Premio Nacional de Poesía Juegos Florales Nacionales Universitarios de Campeche (Mención honorífica. 1999). Premio Nacional de Poesía Juegos Florales Nacionales de San Román (2000). Premio Nacional de Poesía, Juegos Florales Nacionales de Oaxaca (2do. y 3er. lugar. 2002). Certamen de Poesía XIV Concurso Literario Nacional Timón de Oro (3er. lugar. 2000). Mención honorífica en el premio Nacional de Poesía (2006) convocado por la Universidad Autónoma de Campeche. Premio Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano, en diciembre de 2006. Mención de honor en el V Premio Internacional de Poesía Lincoln- Martí, 2007. Premio Nacional de Poesía San Juan del Río Querétaro, en junio de 2007. Premio Nacional de Cuento Timón de Oro, octubre de 2007.

PUBLICACIONES.

Libro de poemas Juegos Florales Nacionales de San Román (1999). Libro de poemas

Los desmayos del verbo (2003). Libro de poemas Memorial de espectros (2006). Ha publicado ensayo, artículos, poesía en suplementos periodísticos y en revistas literarias de la región. Actualmente tiene varios textos poéticos y narrativos inéditos. Ha sido considerado para aparecer en la antología Del silencio a la luz, mapa poético de México, que reúne a los poetas de toda la nación mexicana, nacidos a partir de los sesenta. Forma parte de la institución poética de orden mundial, denominada Poetas del mundo, en cuya web aparece como socio y desde ahí comparte su poesía y su visión estética con otros bardos del orbe.

A veces los muertos.

Los muertos a veces se levantan,

entierran sus veladoras,

leen sus poemas del jueves.

Y entre nubes y horóscopos

hurgan cristales o azules de un lejano

porvenir.

Ya no discuten sobre el tiempo

o sobre la luna que lloraron en el pozo.

Pertenencia.

Perteneces a los libros de la ausencia,

a la patria que se mira

desde los escombros.

Vives en la palabra de los páramos,

en la herida que somete,

en la daga que asusta

a las aves del relato.

No sólo congregas a las filosofías

del cardo,

a la tribu enloquecida.

Tu costumbre es un interminable soliloquio

que repites sobre los epitafios.

Tienes en tus manos la oscuridad del fruto,

la ceniza que burla,

el manantial turbio

donde lavan su enfermedad los dioses.

Tienes el ayuno y el talismán del enemigo,

lo que el rebelde solloza ante el cristal.

Ignoran la ofensa, no saben

más de la incapacidad.

Ya ni voltean a ver la piedra

de los castigados

o la enorme hiedra que cubre la fuente.

Conformes se entregan a la libertad

de la palabra o al prodigio del polvo.

En el solar comparten sus pergaminos

acerca de la doncella,

el antiguo escapulario de sus hazañas.

A veces los muertos creen que el amor

es una criatura débil que llegará por su lámpara,

a veces los muertos piensan que llegará el aroma,

el cascabel inconfundible de la amada,

y dormirán tranquilos, y pensarán en la salvación.

Insalvable.

Y no habrá algún prodigio que ponga

de rodilla a tus fantasmas,

ni la certeza de tener privilegios

frente a la retirada del arcángel.

Tu flor alimentada en los laberintos

vendrá a ser el reclamo perdurable,

la paranoia que elige entre las piedras.

En el espejo la rabia. En el camino

la ansiedad última de proferir

por los recovecos.

Te llegará la noche para saldar viejas deudas,

para deletrearle sus muros a la derrota.

Te llegará ese fruto

por si visitas los despeñaderos

del poema,

Por si te mojas bajo el árbol

de las lamentaciones.

En los relatos de la partida.

En los relatos de la partida

casi siempre hay lluvias o tulipanes negros,

orgullos vanos que arrojan al charco

sus flores.

Siempre hay el acantilado donde resbala

el cráneo del arcángel.

Los ojos ya no tienen el cielo.

Lágrimas absurdas sin oración.

Soplo de niebla cubriendo los versos.

La misericordia es una brasa insoportable.

Hay un cristal ensangrentado

entre dos manos.

Alguien termina por mencionar

al tercer personaje,

alguien termina por revelar la enorme

incapacidad del hombre.

Decir la estatua.

La estatua que más amas,

la que limpias con sollozos y extravíos,

es la que sostengo en los sacrificios

del poema,

la que me borra jazmines y horóscopos

ante las estúpidas cuevas del reino.

La estatua que reconoces

es la que persigo

en los recovecos de la noche,

es la que yo miro, extenuado, inútilmente,

desde el ático de las renunciaciones.

Peticiones.

A la piedra olvidada por el sueño

Al muro que mostró la sangre del libro y el cordero

Al relámpago que escondió los abrazos del valle

A la fogata del débil que vino del relato

Al estallido que obsequió nuevas noches a la quimera

Al retorno de la maga y los esbirros

A las promesas que se aceptaron en el vientre libertino

Al siglo del atavismo y las mazmorras

Al país del engaño y las prohibiciones

Pídele el reposo del templo y la lámpara

Pídele el proverbio que descifra al vencido.

Sin atajo.

Abatido como la soledad del reptil,

como el juglar que solloza

por sus pergaminos,

por la lejanía de unos labios.

Consumido bajo la torre de las negaciones.

Perseguido por las burlas que vienen

más allá de las columnas.

Y tu recuerdo como una gárgola implacable

sacándome las venas,

como una criatura imbatible

apaleándome la cabeza,

dejándome sin espada

sin atajo.

Donde nace el olvido.

Donde nace el olvido aparece tu piel,

el memorable descanso de tus rodillas,

la tibia madrugada de tus senos,

geografías milagrosas, adorables

que ofrecen preocupación y laberinto.

Donde nace el olvido recobra sus

pertenencias la estatua,

viene la caravana de espectros

a venderme sus temores, sus espinas.

Viene el ave de los castigos

como soplo de burla, mirada de verdugo,

y yo me quedo con la corona

en el fango,

como atribulado

rey de las preguntas.

Si la fragilidad

Sólo basta la noche para ya no

insistir en la escapatoria.

Sólo basta la noche, los desengaños

de la casa para que tenga más carne

más soplo la renuncia.

Sólo basta la noche, la casa

y este absurdo reclamo

para que entonces, despierte, avasalle,

demuestre sus prodigios

la fragilidad.

Astuta quimera.

Entonces vive un prodigioso verdugo

que combate toda suficiencia,

que le ofrece noche y camposanto a la bondad;

Entonces, sabiendo que la sinceridad

renegó de sus capitanes, que el amoroso

empeño termina en la ciénaga,

y no hay labios para el origen,

y se borran banderas por el juramento,

mi reclamo se lo lleva esa mujer,

astuta quimera,

que al cerrar el claustro

deja los cardos en la palabra,

un interminable país para los tropiezos.

OMAR ALBERTO SANTOS BALÁN © Derechos Reservados.

( Del Libro IV CONCURSO BONAVENTURIANO DE CUENTO Y POESÍA / 2008)

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